No se lo van a creer, pero de vez en cuando me abordan tipos con preguntas para mí. Tanto es así que el otro día uno un tanto despistado me preguntó: –tío, ¿tú cuánto ganas por los artículos que publicas en tu blog cada domingo? ¿Y por el programa de radio? ¿Y el libro, cuánto te da? Le fui contestando que nada, nada y nada o casi nada, pero en todo caso insuficiente para compensar las horas dedicadas. Se quedó atónito, pensaba que algo cobraría. Yo no respondí más, y él continúo hasta concluir con un "no sé cómo puedes hacer esas cosas por amor al arte”. Entonces di la conversación por concluida y le dejé con su despiste.
Por amor al arte no se hace nada,
sostiene Unamuno, y creo que hasta tiene razón: siempre hay un motivo, un para
qué, sea cual sea, noble o vanidoso. Lo perverso, el despiste de este
individuo, que podría ser cualquiera de nosotros, es confundir el amor al arte
con no ganar dinerito. Este pensamiento se bifurca en una dicotomía: obviar las
necesidades inherentes del ser humano, sean, como he señalado, del carácter que
sean, por un lado; pensar que todo ha de enfocarse al beneficio —monetario, por
supuesto—, que todo es susceptible de ser mercancía, por otro lado. Optimizar,
maximizar. O rédito, o quieto, ese parece el lema. Menuda lástima, qué
mentalidad más perversa, completamente analítica, despojándonos del sentimiento.
Pero qué ávidos somos para asimilar según qué ideas, aunque es cierto que
instrumentos de inoculación no faltan, con observar los planes de estudios de
economía es suficiente. Los marginalistas deben andar orgullosos allá donde
hayan ido a parar.
No es que me quiera ir al barrio
latino de París, allá donde los bohemios, ni mucho menos. Pero que todo tenga
que pasarse por el tamiz del precio es abominable. Fulmina la creación, y
denuesta de nuevo a las humanidades y a las artes, aburridas ya de tanto
desaire. Ahora bien, nos condenamos como sociedad consintiendo que ideas como
estas se infiltren en nuestra cotidianidad. Mal vamos si nos preguntamos
"¿por qué pintas?", "¿por qué escribes", añadiéndole un
"si no te va a dar de comer ni ganas nada". Ay, de ellos, ¡si no
ganas nada, dicen!
En suma, no creo que merezca
cobrar. Que me gustaría, ¡claro! No he dicho lo contrario. Pero el dinero ni me
levanta el bolígrafo ni me aviva el pensamiento. Mientras tenga qué contar lo
seguiré haciendo, y más si sirve para señalar errores flagrantes como este, que
pueden resultarnos muy caros. Y no hablo de malditos euros.