Yo no soy valiente. Es por esto
que lo que me da miedo decir me lo callo o, si acaso, lo suelto en algún ambiente
poco o nada hostil. Más bien soy un cobarde de manual, y me da igual
reconocerlo y deslizarlo por aquí. Los tiempos no ayudan, ¿verdad? Podrías
preguntarte, amigo lector. Seguramente no. Sin embargo, yo lo sería de igual
forma, es una característica congénita.
Ha quedado claro que soy un
cobarde con todas las letras, siete arroja el sumatorio. En mi cobardía
reconocida, a veces me pregunto sobre qué serán aquellos que se esconden detrás
de una máscara. Los que, para decir lo que piensan —si es que lo hacen— emplean
un alter ego. ¿Qué son está piara de individuos? Yo soy cobarde confeso,
pero ¿ellos qué son? ¿No tienen, como yo, un lugar donde desahogarse? ¿Qué
necesidad tendrán de decir las cosas escondidos? Será que tengo en alta estima
a la valentía, pero es que no alcanzo a comprender a los valientes con
fullerías. No admito, y fíjate quien lo dice, la tibieza. Será que, como digo,
me ciega la valentía idealista. La que algunos sí que tienen, y que estando de
acuerdo o no con ellos sueltan lo que creen que deben hacerlo. Lo que otros nos
callamos. Pero a los que lo dicen enmascarados no los considero. Para mí es
como si nada dijeran. Si se es valiente, se va con todo. Y si se es cobarde,
como yo, también. De hecho, como buen cobarde digo poco más que tonterías, mas
van firmadas con mi nombre y apellidos. Con la perspectiva que me da el patíbulo,
pero con la dirección postal visible.
Los de las máscaras —no
así lo de las mascarillas— no van a desaparecer, igual que yo seguramente siga
siendo un cobarde. Por cierto, el título del artículo es porque un pasodoble
que se titula de la misma forma y que se remata —y con él este texto—
así: “reconozca que ya en estos tiempos solo es maricón/ quien da por culo, ¡ay!,
¡sin dar la cara!
No hay comentarios:
Publicar un comentario