Cave canem

 Unos meses atrás se armó un pifostio de los guapos. De los que son divertidos y lo colocan a uno entre lo absurdo y lo exasperante. El motivo de la movida fue el supuesto maltrato y posterior asesinato de un noble casi todos lo son— perro por parte de unos chavales del pueblo. Que resultó no ser así, pero antes de que nadie dijera esta boca es mía, un grupo, o varios, de ultradefensores de la perra vida empezó a echar pestes del pueblo y de su gente y de todo aquel que se pusiera por delante. Porque, y aquí está la sustancia del tema, su grado de ceguera —unos 100 puntos de graduación me indica que ninguno de ellos se ha asomado a leer a José Saramago.

El asunto aquel se enterró. Un servidor escribió una carta abierta a los individuos calumniadores y se quedó bien a gusto. Y a otra cosa. Pero se me quedó un poso, una huella indeleble: medí la fuerza que puede llegar a tener un colectivo lleno de fanáticos ungidos a la fuerza de una misma idea. Y algo más, lo insondable que llega a ser la estupidez humana. Estos, como otros con sus sendos temas, ven un supuesto maltrato y disparan con todo lo que tienen, con el raciocinio en la cuneta y la pulsión visceral en las manos. Es, además de acojonante, un espectáculo fascinante. En un rato fueron capaces de empapelar la fachada virtual del ayuntamiento del pueblo de consignas irreproducibles, cientos de ellas, siendo la más suave el adjetivo troglodita. 

Este tema ya pasó, como digo, pero me quedo con el ejemplo, con el músculo mostrado por este grupo y que puede ser reproducido por otro con similar potencia. La mezcla entre la ignorancia y una defensa contumaz de una idea es como un niño que echa un Mentos en un refresco de cola: ni sabe lo que hace ni es capaz de medir el alcance de su acción. Así actuaron estos individuos, y así lo hicieron, lo hacen y lo harán grupos con distintas ideas, pero con similares características.

Los romanos, sepan ustedes, usaban la inscripción cave canem, lo que hoy reproducimos en nuestros chalés como cuidado con el perro; pero en nuestros días es necesario tener más cuidado con los dueños. Porque ladran. Y porque muerden.

 

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