El películón

 El año que está arrancando es uno muy redondito, dos mil veintidós. Y es por eso que quiero que vaya bien y que no me dé la tabarra más de lo esperable. Para que esto sea posible, si ser posible fuera, tengo que reiterarme una vez más, decir algo que ya he dicho n veces solo el que sepa muncho de Matemáticas comprenderá.

Volvería a citar a mi amigo Ortega, pero prefiero que vayan y lo lean a él. Incluso aunque eso suponga dejar a medias este artículo. Dije en otro texto, de cuyo nombre no puedo acordarme, o no quiero, que es estúpido además de peligroso cargarle el muerto a los políticos. Culparlos de todo cuanto sale mal, vamos. Entonces, como ya he avisado, lo voy a volver a decir, tal vez hasta de la misma manera. Atentos al siguiente párrafo.

Los políticos, precisamente por su inoperancia, son incapaces de causar grandes males si no cuentan con la complicidad del pueblo, siempre a su altura. Si somos gobernados por imbéciles, inútiles, canallas o por quienquiera que lo haga, mirémonos al espejo, acción que al español le cuesta horrores. Me incluyo, empleo el nosotros por cortesía, pero voy a abandonarlo antes de continuar. Mire usted, si te pitan los oídos, o te zumban los tímpanos, escúchate en el bar o relee tus mensajes en los grupos de WhatsApp. Si ves que un político es un chorizo, a ver de dónde ha sacado las entrañas para hacer el embutido. Y así sucesivamente. Porque si cree que tal político es un inculto, váyase a su biblioteca y señáleme cuántos y cuáles libros ha leído en los últimos tiempos. O más fácil, en su puñetera vida. Mira que no quiero defender a la clase política, pero con una oposición popular así es imposible quedarse callado. Podría seguir, pero cobro muy poco como para escribir más.

Sin embargo, antes de irme, les contaré que, como en las películas de Jolibud —recurso que comienza también a ser habitual  en esta columna, hay algún tipo o tipa bueno, que ejerce de héroe, de resistencia. Y su principal característica es que nadie lo conoce o se le echa menos cuenta que a la dos de televisión española. Pero ahí está ese político, ignorando los disparates que se cruzan los hunos y los otros, luchando con su pesada mochila y su bandera del porvenir raída, con más vocación que resultados, con más cojones que boca. Y para compensar, algún ciudadano hay que lo reconoce, y que en el silencio del que poco puede hacer le aplaude y le ruega que siga, que al menos no sea por no haberlo intentado. Aunque, como casi siempre, será en vano, las películas edulcoran los finales.

Esta España mía es un peliculón.

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario