Antes de nada, quiero decirles
que estoy seguro de que este es el mejor artículo que podía escribir para
comenzar el año, el segundo que empiezo de la mano del blog. Pronto sabrán el porqué de esta afirmación.
Como tipo afortunado que soy,
recibo muchos comentarios de mis lectores. Y casualmente, todos buenos. Supongo que es porque
los negativos prefieren guardárselos, o directamente habrán dejado de leerme, a
estas alturas creo que he podido generar suficientes motivos para ello. Pero
esto no me importa, mi objetivo hoy es dirigirme a todas aquellas personas
que dejan sus comentarios en la página de Facebook donde cada domingo sin falta
publico un nuevo artículo.
Ya he dicho que todos los comentarios son positivos, cosa que es de agradecer. Los leo todos, y me alegra ver que haya lectores que se preocupen por comentar, pues mucho me parece ya que me lean siquiera. Sin embargo, en contadas ocasiones he contestado algún comentario. Tengan por seguro que si hubiese comentarios negativos no dudaría en responder, pero a los que recibo, cariñosos, constructivos o alentadores soy incapaz de devolverle lo que me dan. Es mucho lo que entregan, me emociona leerlos, pero es tanta mi vergüenza por recibir esa retroalimentación positiva, que me siento un farsante, como si quien escribiera los artículos no fuera yo y estuviera recibiendo algo que no merezco, que no debería ser acreedor de ello. El síndrome del impostor respira en mi nuca parece ser. Soy capaz de subirme al patíbulo sin miedo al reo, y no sé cómo encajar lo que mis lectores me regalan, aun siendo este el combustible que me mantiene en la carretera. Qué cosas.
Ya sabrán el para qué de este
artículo: responder con un comentario a todos los recibidos hasta ahora. A esto
he tenido que llegar, espero que me entiendan… Y que me sigan comentando, por
favor. No quiero dejar de sentirlos al otro lado. Muchas gracias y hasta el
domingo que viene.
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