Desde tiempos —nunca
mejor dicho—
inmemoriales flota en nuestro acervo psicológico popular esta frase: “el tiempo
lo cura todo”. Preciosa frase, y eso sin que sea cursi. Pero como el que esto
escribe viaja a lomos de una yegua sombría va a buscarle las vueltas a la
manida frase. Ea, porque sí, de buen domingo.
Por mi abismal ignorancia en el
campo físico y tal y su Primo Pascual, diré que el tiempo avanza hacia
adelante, en dirección contraria a Michael Jackson en su moonwalk. Los
segundos, minutos y horas no dejan de sucederse, ya lo percibamos de forma más
rápida, las menos ocasiones, o más lenta, sobre todo en las soporíferas clases
de filología clásica y arte. El tiempo solo corre, es lo único que sabe hacer.
La medicina la conoce poco, menos que los antivacunas y otros especímenes que
debieran ser evaluados.
Mientras el tiempo pasa,
resolvemos nuestros pesares, aflicciones y dramas a través del esfuerzo, de una
voluntad constante y en lucha contra ese mal. A veces, se pide ayuda, pero
nunca falta la briega activa o pasiva, en este caso con el olvido. Conforme
vamos librando nuestra batalla personal, el tiempo avanza inexorable e
inadvertido, a lo suyo. Al tiempo le importa cuarenta relojes de cuco lo que a
ti te ocurra. Él solo va a pasar, con varios sentidos que pueden aplicársele.
Lo que vengo a decir es que el tiempo per se no va a mover un dedo, así
que de nada sirve quedarse sentado en una silla de enea esperando a que los
días tachados en el almanaque nos terminen devolviendo la salud. El tiempo en
nuestra vida es un espectador.
Tú, como yo, como todos, podrás curarte gracias a los medios verdaderamente sanadores, o tal vez no, y así hasta que la universal muerte se haga presente. Y el tiempo, patrón explotador que no permite que sus segundos y minutos se echen un cigarrillo, seguirá sucediéndose. No tomes esto como un consejo, por si acaso, pero haz con tu tiempo lo que te salga del minutero, él no te va a juzgar por ello.
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