Saludables amigos

 

"Anda y vete con tus amigos", me espetó. Mis amigos están todos muertos, repliqué. Como podrán esperar, ahí se quedó. El hacha volvió, por mi contestación, a la tierra. Se calló, no quiso ser descabellado por una dialéctica contundente.

Lógicamente, mis amigos, los pocos que así puedo llamar, no han vuelto a la tierra aún. Tampoco mi hostil por ser benevolente al calificarlo interlocutor se refería a estos con los que me emborracho y leen mis artículos religiosamente, es decir, en lugar de escuchar la homilía dominical. Hacía alusión a unos presuntos amigos políticos; pero no amigos políticos por ser más de afinidad que de consanguinidad, sino porque están metidos en el ajo. Que ocupan cargos electos, vamos. Tal vez se arroje algo de luz sobre mi tajante respuesta, aunque fuese imprecisa. Cierto es que converso de forma unilateral con amigos ya calvos, de los que conocen el largo plazo de Keynes.  Y son buenos amigos. Y por otra parte, alguna vez he conversado con políticos, como en la ocasión a la que aludía el replicante, aunque tenga poca o ninguna amistad con ellos. Nada tiene que ver lo uno con lo otro.

Sin embargo, se puede hablar con nuestros dirigentes, y participar en los actos que organicen. No es necesario ni ser su amigo ni compartir la ideología. La unión se produce por dos razones sencillas: vivimos en sociedad y se puede apoyar una causa común, una de las que afectan a este conjunto de personas y relaciones. Se habla mucho de empatía, pero hace tiempo que no escucho esto: Humanidad. El ostracismo al que hemos sometido a este nombre femenino tiene consecuencias. ¿Cuáles? Pues una es la sentencia de este individuo, y su forma de ver estas relaciones. Nada es más perverso para la convivencia que esa visión estulta de amigos y enemigos. Camaradas y rivales. Conmigo o contra mí. Gilipollas y gilipollas, abreviaría yo.

El maniqueísmo es tan estúpido como el que lo tremola, no va conmigo,  y con un lubricante natural se me resbala por el alma hasta salirme por la punta del pie, cuando entonces le arreo una patada que lo envía  al mundo de los conceptos desterrados. Pero ojo, hablo de una idea. No haría lo mismo con este querido interlocutor, pues caería en lo que él parece defender. Creo que si me vuelve a cruzar la cara con su discurso ignorante, lo abrazaré y le emprestaré algún que otro ejemplar de los que comenté que estoy haciendo acopio.

Ah, mirad, se me acaba de venir a la mente que ya mezclé los amigos de verdad con la política en un artículo del dos mil veinte, pero creo que lo mejor sería no resucitarlo, que lo mismo me quedo sin los pocos amigos de los buenos (guiño, guiño) que tengo.

Hasta el domingo que viene. Salud y amigos, pero no de los de la política. O sí, de los que os dé la excelentísima y reverendísima gana. No se olviden de la Humanidad.

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