No es una rutina ni un acto iterativo
y, por tanto, tedioso. Es una forma de encontrarme conmigo y con ustedes, que
me leen. Es un desahogo y un entretenimiento divertidísimo, partirme la caja en la soledad del tecleo no tiene precio. Y si resulta que alguno de ustedes siente lo
mismo, pues ya me dirán. Y si, ya para alcanzar el edén intelectual,
reflexionan con mis escritos, vale la pena lo que supone sacar cada artículo. Que no es demasiado, pero siempre queda bien decir algo así. Entre
ustedes y yo, es un truquito de escritor. Pero lo que de verdad me duele es no
ganar dinero. A mí no llevarme ni una peseta por escribir no me hace gracia, pero
ya sé que si quiero forrarme debo escribir poesía y dejarme de artículos
fútiles. Debo dedicarme a las letras de verdad, las mayúsculas, porque como
dijo Valle-Inclán, “En esta España las letras son colorín, pingajo y hambre”. ¡Uy!
Creo que esta frase no tocaba aquí.
Escribir en Sobre el patíbulo
cada domingo es la hostia. Soy autónomo, ¿acaso se puede aspirar a más en esta
vida? Soy mi propio jefe, por eso programo los artículos para que salten a la
red a las diez y media, para qué madrugar. Si tuviera que trabajar para El País,
ABC o El Mundo, tendría que publicarlos a las siete de la mañana, y quién puede
soportar semejante madrugón. Cuando alguien me propuso que cambiara la hora fui
tajante: “soy el jefe (se lo dije en inglés, que dicen que suena mejor) y aquí
se siguen mis directrices. Después de eso dejó de leerme y pasamos de cuatro a
tres lectores habituales. Y menos mal que no pongo los artículos bajo la opción
premium, sino a ver quién aflojaba manteca colorá por leerlos.
Estupideces de todos los colores
aparte, el domingo es un día especial en mi vida desde hace dos años. Bueno, desde
que dejé de ir a misa religiosamente —prometo
que esta ya es la última pamplina—.
No saber qué ocurrirá con el artículo: cómo será recibido, si será más o menos
leído, es todo un chute de vitalidad para mi existencia. Y les confesaré algo,
muchas veces tampoco sé qué artículo saldrá el domingo, pues hace mucho tiempo
que los artículos desde que son escritos hasta que se publican esperan
programados, al menos, cinco semanas. Y así me es casi imposible adivinar cuál tocará.
Incluso a veces no sé ni de lo que trata. Como muestra de lo que digo haremos algo:
sepan ustedes cuando lo estén leyendo que este artículo fue escrito a principios
de septiembre.
Ya han pasado las diez y media de
este domingo —por eso lo
estás leyendo—, muchas
gracias por estar ahí. Si te haces presente será más fácil que haya más
domingos como este, aunque mientras me divierta como lo hago ten por seguro que
los habrá.
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