Buitres de ciudad

 

El arte de contar es muy antiguo, muy noble y muy difícil. El maridaje del qué y el cómo, ese es el quid del contar. El que suscribe no es bueno contando, pero mi compadre Mayú, o mi compadre Juan Pedro, a sus respectivas maneras, ennoblecen el género, siendo el más grande Mariano José de Larra, cuyo título Artículos de Costumbres, me sirve a mi derecha como biblia mientras tecleo estas líneas. Dicho esto, sin poder superar a los susodichos, intentaré contar algo.

Un día de finales de otoño caminaba hacia mi supermercado de confianza si para el próximo me pagan digo el nombre hasta que me topé con el sentido de este texto. Cuando esta próximo a la entrada una trabajadora del supermercado salía del establecimiento con un carro cargado de alimentos perecederos. Me crucé con ella en la mitad de su recorrido y cuando iba a doblar esquina, tras la cual estaban los contenedores, se acercaron dos hombres de unos cincuenta años. Vi esto porque intuitivamente me giré, curioso, y pude ver como ella vaciaba el carro en presencia de ellos y se volvía hacia dentro, todo ello con maquinal diligencia. Se me vino a la mente la imagen de los buitres limpiando los huesos de un animal en medio de una llanura. Así lo sentí, y admiré la metáfora con la que acababa de darme de bruces. Los buitres, los animales carroñeros, cuando levantan con sus picos las vísceras están cumpliendo con su cometido en la naturaleza: no dejar restos orgánicos que traigan enfermedades y otros problemas al ecosistema. Pero el propósito vital de estos hombres no es el que andaban realizando. La acción que llevaban a cabo es fruto de que algo debemos hacer muy pero que muy mal. Y que nadie me venga con el argumento de que a saber lo que habrán hecho, que por eso se verán así, porque nadie, por abyecto que sea, merece verse en esa tesitura. Tampoco es algo incómodo de ver, no es un hecho preferiblemente evitable, no. Lo que sí me resulta incómodo e indeseable es no conmoverse cuando se nos pone una imagen así delante.

Con respecto a la trabajadora, no la culpo. Es más, seguro que es una práctica habitual y conoce a quienes se acercan a ella. Pero nos representa a la sociedad, normalizándolo y actuando en la mínima proporción en este asunto. La metáfora, creo, me ha quedado bastante redondita, como una albóndiga de las que hace mi suegra.

Hasta aquí lo que les quería contar acerca de estos buitres de ciudad, que guiados por el instinto más primario que existe, el de la subsistencia, son los menos carroñeros de los moradores de esta urbe en la que duermo tan inquieto.

No hay comentarios:

Publicar un comentario