Problemas de cervicales

 

En Celtiberia somos propensos a mirarnos el ombligo. Tanto es así que a veces nos duelen hasta las cervicales. Y es que por aquí nos reímos del mito de Narciso, lo dejamos en un cuento griego. A esta patología repugnante la llamamos chovinismo, palabra más fea que ser el adjetivo que se aplica para quien la desarrolla. A pesar de definirse este chovinismo como “exaltación desmesurada de lo nacional frente a lo extranjero”, a mí me parece más bien un sinónimo de localismo, que sí se acerca más a lo que voy a exponer. De hecho, con esa definición de chovinismo que ofrece el diccionario, se me vienen otros sustantivos que le encajan mejor.

Será porque he tenido la suerte de que la cigüeña me despeñara sobre donde lo hizo; pero no, no me sale exaltar al tiempo que empujo bajo la moqueta los negativoslas virtudes de mi tierra natal. De hecho, cuando escucho a alguien haciendo lo propio de la suya, me ocurre que, aunque me pueda resultar grande la belleza del lugar, comienzan a empañárseme las gafas con las que la miro.

Sin embargo, soy consciente de que nada estoy descubriendo: esta práctica es tan vieja como las ciudades mismas. Y nada vamos a cambiar por escribir esto. Pero me llama la atención, y con ganas, cómo esta defensa exaltada de lo propio puede llegar a puntos tan extremos: puede estar convirtiéndose el lugar en un falso escenario de cine, en un atrezo, en una lustrosa fachada que oculta una casa ruinosa detrás, que el chovinista de la vida va a seguir a lo suyo. Guapa, guapa y guapa. Y la más bonita. Y toda una retahíla de piropos, posiblemente merecidos, pero que no aportan nada al objeto de tan febril amor. No ayudan a que avance, a que mejore. Si tan grande es la devoción, debería ir acompañada de un espíritu crítico, favorable al cambio que sea necesario en cada momento. Pero esto no ocurre. El enfermo chovinista no admite discusión acerca de ningún tema de su amor pétreo, tan solo admitirá que le digas que es la más bella del mundo mundial de los mundos existidos e imaginados. Y ya está.

Posiblemente piense esto por no haber nacido frente a la Giralda, al lado de la Mezquita de Córdoba o a los lomos de la Alhambra, pudiese ser. Me ha tocado donde me ha tocado, qué remedio. Y qué alegría, porque la puebla tiene su encanto. Es verdad que carece de grandes bienes patrimoniales, y que la naturaleza que la rodea es reproducible igualmente, pero tiene su encanto. Para mí lo tiene, porque nací y crecí aquí. Y mis primeras veces son en La Puebla de los Infantes, donde se ha definido quién soy. Por eso amo mi pueblo, con todas sus cualidades y con lo que tiene que mejorar. Pero no es mejor que ningún otro, tampoco peor, es mi pueblo.

Por suerte, me libro de ir al fisio. No tengo problemas de cervicales… Por ahora.

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